El dolor emocional puede llegar a ser más intenso que el dolor físico. Esta frase es muy cierta y, la mayoría de nosotros, sufrimos este dolor emocional en algún momento u otro de nuestra vida, ya que es inherente a la condición humana.

Aunque en nuestra cultura occidental, lo cierto es que no se nos enseña a afrontar ni a gestionar las múltiples situaciones dolorosas que nos encontraremos a lo largo de los años. Al contrario, hemos aprendido básicamente a evitar el dolor, poniendo en marcha estrategias que a menudo nos hacen sentir aún peor y que no nos permiten una auténtica curación emocional.

Estrategias habituales pero equivocadas para afrontar el dolor emocional

En primer lugar, cuando sentimos dolor emocional se trata de tomar conciencia y de iniciar las estrategias de afrontamiento correctas, para no abandonarnos a las respuestas automáticas que generan los modelos aprendidos, habitualmente a través de los padres o de nuestro entorno próximo.

Conductas de negación. Cuando optamos por ignorar el sufrimiento, como si no fuera real.
Conductas de fuga. Cuando intentamos alejarnos al máximo de la sensación de dolor.
Conductas de represión. Creemos que no somos capaces de manejar el dolor. Lo interiorizamos.
Conductas de proyección. Cuando proyectamos nuestro dolor como si los demás lo sufrieran.
Conductas de aislamiento. Cuando decidimos no compartir el dolor y nos distanciamos.
Conductas regresivas. Nos refugiamos en etapas pasadas, como antídoto del presente doloroso.
Conductas de desplazamiento. Cuando buscamos culpables exteriores si responsabilizarnos del dolor.
Conductas de racionalización. Rechazamos las emociones y sólo racionalizamos, autoinculpándonos.
Conductas repetitivas. Cuando repasamos obsesivamente los hechos dolorosos.
Conductas de sustitución. Cuando sustituimos unos pensamientos por otros, de forma ingenua.

A partir de aquí podemos definir tres pasos para afrontar y superar el dolor emocional:

1. El dolor no es tu enemigo

El dolor es un síntoma y, como tal, lo debemos aceptar y reconocerlo como algo real, que hay que manejar. Aceptar que nos durará y afectará durante un tiempo, donde también tendremos que aceptar sus consecuencias, como la ira y la frustración. Tomar conciencia y entenderlo como una respuesta normal que se nos manifiesta.

2. Aceptación radical

Según la definición de Tara Brach, aceptar con claridad lo que estamos sintiendo en el presente, de modo que podamos lidiar con esta experiencia con compasión. Esto significa aceptar lo que nos trae la vida sin presentar resistencia. Lejos de resignarse, significa aceptar que hay cosas sucedidas que no las podremos cambiar, sin entrar en círculos viciosos de emisión continuada de juicios de valor y negativización.

Asumiendo los hechos podremos llegar a comprender que forman parte de nuestro pasado, dando cuenta de que lo que mantiene el dolor consecuente son los pensamientos y emociones, que de forma recurrente vamos alimentando. Y podremos acabar desconectándolos lo de nuestro presente, comprendiendo que ya no es necesario buscar soluciones a hechos del pasado, dejando de pensar y de revivirlos dolorosamente.

3. Recomponer los aspectos rotos que deja atrás el dolor

Se trata de trabajar y de cultivar una actitud de resiliencia ante los inevitables golpes que nos da la vida, así como de aceptar que el mundo nos ha puesto a prueba, desafiando nuestras creencias y forzándonos a revisarlas.

En este sentido, la llamada Terapia de Aceptación y Compromiso o ACT, es una potente herramienta terapéutica que, enmarcada en la nueva Terapia cognitiva de tercera generación, nos ayuda a reequilibrarnos emocionalmente cuando el dolor ha sido lo suficientemente intenso como para sacudirnos y generarnos un desequilibrio en nuestro sistema emocional.

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