¿Quién no ha comido nunca de forma compulsiva en momentos de ansiedad?

Cuando gestionamos situaciones tensionales que desbordan nuestros recursos psicológicos, el malestar emocional resultante que se genera en nosotros nos puede empujar a recurrir a la comida, a saciarnos rápidamente, como mecanismo ansiolítico que aparentemente nos devuelve a un estado de tranquilidad y satisfacción. Sin embargo, se trata de un efecto efímero, que nos puede acabar generando problemas físicos y psicológicos, más allá de sus efectos supuestamente relajantes.

Aunque lo más habitual y sano es comer a partir de la sensación de hambre física -aquélla resultante del desgaste calórico y de los nutrientes, y que debemos recuperar-, a menudo podemos llegar a ingerir alimentos sólo para compensar necesidades emocionales.

Esta ingesta ansiosa nos conducirá a una sobreingesta alimentaria y a un creciente desequilibrio nutritivo, así como nos acabará generando sentimientos de culpabilidad que aumentarán nuestro nivel de ansiedad, predisponiéndonos a otros episodios de sobreingesta, entrando así en un círculo adictivo , del cual puede ser difícil salir.

Por supuesto, el hecho de comer ocasionalmente algo que nos gusta mucho, como premio o recompensa emocional para satisfacernos, no es necesariamente negativo en sí mismo. El problema aparece cuando las “ingestas compensatorias” se convierten en la principal forma de afrontamiento del malestar emocional.

Este hambre emocional obviamente no se puede saciar sólo con el acto de comer, ya que no tiene su origen en las necesidades nutritivas sino en necesidades emocionales no satisfechas. Por lo tanto, hay que aprender a reconocerla cuando se nos presenta, resistiéndonos a la ingesta compulsiva y aprendiendo a utilizar otros mecanismos reductores de ansiedad.

En este sentido, están indicadas pautas condutuales como el ejercicio físico, técnicas de relajación o de mindfulness y, en general todos aquellos mecanismos de reestructuración cognitiva que nos ayuden a tomar conciencia de la situación de nuestro desequilibrio emocional del momento.

Esta hambre emocional la podemos reconocer fácilmente , ya que tiene elementos característicos que la identifican, como por ejemplo:

– Nos hace desear determinados alimentos que nos reconfortan rápidamente, habitualmente los azúcares y las grasas, que son los que generan una mayor recompensa cerebral.

– Se activa de forma súbita y con urgencia, nunca de forma progresiva o natural.

– No nos sentiremos satisfechos ni saciados por mucho que comamos, más bien nos llevará a experimentar insatisfacción.

– Nos empuja comer de forma automática, deprisa y sin ser conscientes de lo que estamos comiendo.

– Nos acabará generando sentimientos de culpa, arrepentimiento o vergüenza.

Desde aquí animamos a todos nuestros lectores a reflexionar sobre los propios hábitos alimentarios, a analizar hasta qué punto os reconocéis en las características del hambre emocional.

Y os recordamos que en nuestro Gabinet disponemos de un excelente servicio de nutrición y dietética, donde tenemos en cuenta todos estos aspectos de naturaleza psicológica, tan importantes para trabajar a la hora de promover un estilo alimentario saludable y adecuado.

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