La infancia es la etapa más bella de la evolución hacia la madurez, en la que existe una gran vulnerabilidad que debe ser protegida. Se considera que la familia es la primera fuerza (en el tiempo y por su trascendencia) que interviene modulando las experiencias infantiles determinando conductas y participando en la personalidad progresiva, es en ella donde nos tenemos que centrar para dar explicación a las conductas y comportamientos de nuestros menores.

Sea cual fuere el miembro de la pareja (madre o padre) con quien conviva el niño se ha de garantizar la relación con ambos tras la separación; los regímenes de visitas tienen varias e importantes funciones psicológicas para el desarrollo de la infancia; las visitas protegen los derechos del menor de acceso al progenitor no custodio, al igual que los de este último; así mismo, se protege el vínculo emocional entre el niño y sus progenitores, ya que se le proporcionan modelos de rol alternativos y, por último, se permite al progenitor custodio que descanse de su responsabilidad en la crianza.

El problema surge no por el hecho de que los padres, responsablemente, decidan poner fin a su vida en común, sino cuando se hacen partícipes a sus hijos e hijas de los conflictos que ha generado la separación. Entonces los niños se ven inmersos en los problemas de los adultos, tomando partido en el conflicto, pasando a formar parte de los bloques enfrentados, y reproduciendo las disputas de los mayores. En estos casos, la opinión de los menores estará mediatizada, en mayor o menor grado, por el problema en el que están inmersos y por las presiones que están recibiendo.

En determinados casos, es fácil apreciar como el niño adquiere un papel protector del progenitor al que siente como más débil, “el perdedor o el abandonado”, ejerciendo una función defensora que no le corresponde. Esta función puede llevarle incluso a rechazar cualquier contacto con el otro progenitor, justificando su postura ante todas las instancias que le pide explicaciones, incluido el Juez.

Por otra parte, los menores envueltos en una situación de ruptura familiar conflictiva sufren una aguda sensación de shock, de miedo intenso, teñido todo ello por un sentimiento de profunda confusión, con consecuencias negativas a nivel psicoemocional y conductual.

Estos menores presentan, con frecuencia, sentimientos de abandono y culpabilidad, rechazo, impotencia e indefensión, inseguridad, así como estados de ansiedad y depresión y conductas regresivas, disruptivas y problemas escolares.

En ocasiones, los padres que se divorcian realizan comentarios denigrantes y negativos sobre el otro progenitor. Es habitual que esto ocurra alguna vez en todo divorcio, cuando el dolor y la frustración empujan más que la razón. Pero si sucede de modo continuo, nos encontramos con un intento de educar al hijo en el odio hacia el otro progenitor

. A esto lo llamamos Síndrome de Alienación Parental.

El Síndrome de Alienación Parental (SAP) es un trastorno caracterizado por un conjunto de síntomas que resultan del proceso por el cual un progenitor transforma la conciencia de sus hijos, mediante distintas estrategias, con objeto de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos con el otro progenitor, hasta hacerla contradictoria con lo que debería esperarse de su condición.

En un principio, el padre que lleva a cabo la educación en el odio realiza comentarios malintencionados sobre el otro, denigrándole e injuriándole, hasta que el menor los interioriza y expresa, por sí sólo, su rechazo a tener contacto con él. A este padre o madre le llamaremos el progenitor alienador. Junto a los comentarios, el progenitor alienador comienza a interferir en los contactos del hijo con el otro progenitor, no haciéndole llegar los regalos que le manda, interfiriendo en las llamadas telefónicas, entorpeciendo el tiempo de convivencia de ambos o alentando a que sea desobediente, desautorizándole en decisiones importantes en la vida del hijo.

Cuando esto ocurre, el niño se ve forzado a tomar partido. Unos niños suelen hacer dos mundos separados, no comentando nada de lo que ocurre en casa de uno de sus padres en la casa del otro. De este modo dice a cada uno lo que quiere oír. Otros niños aprovechan temporalmente la falta de comunicación para sacar partido de la situación; pero, tanto unos como otros, tarde o temprano se ven forzados a tomar partido por el bando más agresivo.

Al principio suelen reproducir los reproches que el padre alienador ha realizado. De este modo, el progenitor rechazado contempla perplejo cómo su hijo hace comentarios que ya ha escuchado en boca de su ex pareja.

Después, el niño comienza a sentirse incómodo cuando tiene que ir a casa del padre rechazado, pone cualquier excusa, disminuye la comunicación y, cuando éste le pregunta responde de modo agresivo al considerar que se está entrometiendo en su vida.

Finalmente, el menor es el que lleva a cabo la campaña de rechazo e injurias, afirmando que es él el que, de modo autónomo, ha llegado a esa postura. Mientras, el progenitor alienador, que inició la educación en el odio hacia el otro, afirma que él no puede hacer nada para convencer a su hijo, y que es éste el que ha decidido, por sí mismo, no tener contacto con el otro padre. A eso lo llamamos un falso conciliador.

Es entonces cuando el niño deja de ser arma arrojadiza y se convierte en infantería, rechazando tanto al progenitor, como a sus abuelos, tíos, primos o cualquier persona relacionada con esa rama familiar.

La recomendación fundamental para el progenitor rechazado es evitar que se rompa el vínculo. Por breve que sea el tiempo que pasa con su hijo siempre es mejor que no compartir nada. Mientras mantenga el vínculo hay una puerta abierta al diálogo.

– Rehusar pasar las llamadas telefónicas a los hijosLos comportamientos y estrategias que el progenitor alienante pone en juego suelen ser sutiles, a continuación se resumen algunos de los más frecuentemente encontrados:

– Organizar varias actividades con los hijos durante el período que el otro progenitor deber normalmente ejercer su derecho de visita

– Presentar al nuevo cónyuge a los hijos como su nueva madre o su nuevo padre

– Interceptar el correo y los paquetes mandados a los hijos

– Desvalorizar e insultar al otro progenitor delante de los hijos

– Rehusar informar al otro progenitor a propósito de las actividades en las cuales están implicados los hijos (partidos deportivos, actuaciones teatrales, actividades escolares…)

– Hablar de manera descortés del nuevo cónyuge del otro progenitor

– Impedir al otro progenitor el ejercer su derecho de visita

– “Olvidarse” de avisar al otro progenitor de citas importantes (dentista, médico, psicólogo,…)

– Implicar a su entorno (su madre, su nuevo cónyuge…) en el lavado de cerebro de los hijos

– Tomar decisiones importantes a propósito de los hijos sin consultar al otro progenitor (elección de la religión, elección de la escuela).

– Cambiar (o intentar cambiar) sus apellidos o sus nombres

– Impedir al otro progenitor el acceso a los expedientes escolares y médicos de sus hijos

– Irse de vacaciones sin los hijos y dejarlos con otra persona, aunque el otro progenitor esté disponible y voluntario para ocuparse de ellos

– Contar a los hijos que la ropa que el otro progenitor les ha comprado es fea y prohibir ponérsela

– Amenazar con castigo a los hijos si se atreven a llamar, a escribir o a contactar con el otro progenitor de la manera que sea

– Reprochar al otro progenitor el mal comportamiento de los hijos.

Si bien es cierto que para realizar una campaña de desacreditación respecto al progenitor alienado, el alienador debe ser consciente de los actos que realiza, también es cierto que a menudo, este no es plenamente consciente de que está produciendo un daño psicológico y emocional en sus hijos/as, y de las consecuencias que ello va a tener a corto y largo plazo en el o la menor.

Es posible identificar diferentes niveles de intensidad en el rechazo que muestran los niños y niñas afectados por el SAP: rechazo leve, moderado e intenso:

– El rechazo leve se caracteriza por la expresión de algunos signos de desagrado en la relación con el padre o la madre. No hay evitación y la relación no se interrumpe.

– El rechazo moderado se caracteriza por la expresión de un deseo de no ver al padre o la madre acompañado de una búsqueda de aspectos negativos del progenitor rechazado que justifique su deseo. Niega todo afecto hacia él y evita su presencia. El rechazo se generaliza a su entorno familiar y social. La relación se mantiene por obligación o se interrumpe.

– El rechazo intenso supone un afianzamiento cognitivo de los argumentos que lo sustentan. El niño se los cree y muestra ansiedad intensa en presencia del progenitor rechazado. El rechazo adquiere características fóbicas con fuertes mecanismos de evitación. Puede aparecer sintomatología psicosomática asociada.

El rechazo puede aparecer inmediatamente después de la ruptura o en periodos posteriores que pueden alcanzar varios años después, generalmente asociados a momentos concretos del nuevo ciclo evolutivo familiar. De esta manera se distinguen, siguiendo a diferentes autores, dos tipos de rechazo en función del momento en que aparecen: primario y secundario, que configuran una dinámica relacional.

Este artículo nos introduce al Síndrome de la Alienación Parental y nos invita a reflexionar sobre las posibles consecuencias que puede tener en el menor. En una próxima entrada en el blog se analizaran dichas consecuencias.

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