La depresión es un estado de ánimo triste, una alteración del humor en el que la tristeza es patológica, desproporcionada, profunda, abarcando la totalidad del ser. El paciente deprimido pierde el interés e incluso la ilusión de vivir, sintiéndose incapaz de realizar sus actividades previas. Junto a la tristeza aparecen otra serie de síntomas, como alteraciones del sueño, del apetito, síntomas somáticos y alteraciones del contenido del pensamiento que complican más la vida del paciente deprimido, interfiriendo gravemente en la calidad de la misma.

El anciano, habitualmente, tiene más dificultades para identificar y reconocer ante otros los síntomas afectivos, para decir que está triste y por ello consultará menos por este motivo. Con más frecuencia la queja puede ser somática (dolor inespecífico, molestias vagas, afecciones gastrointestinales, quejas de memoria) e incluso hipocondríaca.

No es infrecuente que sean los familiares del paciente los que acuden a la consulta de su médico de cabecera o del especialista en busca de ayuda: “ Mi padre ha dejado de hacer sus hobbies, no le apetece salir a pasear, esta más callado y abatido…”, “Mi esposa disfruta menos con los nietos, no le apetece ver a los hijos ni a los amigos, parecen molestarle… No sigue bien los programas de televisión…”

Cuando un anciano se deprime, a veces, su depresión se considera erróneamente un aspecto normal de la vejez. Los síntomas como fatiga, inapetencia y problemas para dormir también pueden ser parte del proceso de envejecimiento o de un padecimiento físico. El humor depresivo pasa desapercibido, en ocasiones, por el aplanamiento afectivo de algunos ancianos, que se interpreta como serenidad. Como resultado, la depresión puede ser ignorada o confundida con otras afecciones que son comunes en los ancianos. La depresión en los ancianos, si no se diagnostica ni se trata, causa un sufrimiento innecesario para el anciano y para su familia.

Algunos factores que pueden actuar con frecuencia como desencadenantes de los cuadros depresivos son:

Muerte del cónyuge o ser querido
Enfermedad médica o quirúrgica. Mala autopercepción de salud.
Incapacidad y pérdida de funcionalidad.
Escaso soporte social.

Consecuencias posibles de las depresiones no tratadas pueden ser:

Aislamiento social. Soledad.
Baja calidad de vida.
Incremento del uso de los servicios de salud.
Deterioro cognitivo.
Riesgo de cronicidad.
Mayor riesgo de evento vascular y de mortalidad.
Riesgo de pérdida funcional y de incapacidad.
Alto riesgo de suicidio.

Además, la depresión puede afectar al funcionamiento cognitivo. Son frecuentes las pérdidas de memoria (dificultades para fijar información), el enlentecimiento, las dificultades de concentración o incluso de organización y planificación de la vida diaria. El deterioro cognitivo acompaña muy a menudo a la depresión, y en el paciente anciano puede ser de forma más marcada. Los ancianos deprimidos pueden manifestar quejas en relación a dificultades cognitivas (“soy muy torpe”, “no sé hacer las cosas”, “se me olvida todo”, “no sé”, etc.) y renunciar a realizar tareas que requieren un esfuerzo mental (leer, ver una película).

A veces puede dar lugar a dudas con diagnósticos tales como la Enfermedad de Alzheimer, con la consiguiente preocupación de sus seres queridos. Es importante consultar con un profesional para realizar los estudios necesarios, ya que es frecuente que procesos de demencia inicialmente se cofundan con cuadros de tipo depresivo o que coexistan ambos. A menudo es difícil poder diferenciar entre ambas entidades y es preciso iniciar un tratamiento adecuado y valorar la evolución. Además, se ha comprobado que la depresión con trastornos cognitivos es un factor de riesgo para desarrollar una demencia en un futuro.

Cuando mejoran los síntomas depresivos, suelen hacerlo las alteraciones cognitivas. Es posible que queden algunos defectos cognitivos leves de tipo residual. Así cómo puede que finalmente la evolución marque la presencia de una demencia generalmente de tipo Alzheimer.

Finalmente recordar que es importante que delante la sospecha que nuestro familiar anciano pueda estar deprimido se actúe. Si bien envejecer es una parte inevitable de la vida, la depresión no debe formar parte de ella.

Algunas recomendaciones para la actuación des de casa pueden ser:

– Potenciar el mantenimiento de las actividades diarias.

– Estimular y aumentar la motivación para el autocuidado.

– Realizar ejercicio físico suave (paseos diarios).

– Potenciar las actividades colectivas y evitar el aislamiento.

– Vigilar el estado nutricional por la pérdida de apetito.

Un profesional ayudará a identificar y tratar la situación. El reconocimiento, el diagnóstico precoz y el tratamiento temprano pueden contrarrestar y prevenir las consecuencias de la depresión. Además puede ayudar a los familiares a conocer las estrategias más adecuadas para contribuir en la mejora de su ser querido.

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